La retina es una delicada capa de tejido neurológico que cubre la cara interna del ojo y se conecta al cerebro a partir del nervio óptico.
La mácula es una pequeña área situada en el centro de la retina. La mácula permite focalizar los objetos pequeños, leer, realizar tareas de alta precisión y distinguir los colores. Si la mácula está dañada, el centro de la imagen de torna borroso.
Además, la lesión impide la realización de las tareas antes descriptas pero difícilmente se producirá una ceguera, ya que el resto de la retina no resulta afectado.
Si la enfermedad se da en un solo ojo, puede pasar inadvertida.
Sin embargo, lo habitual es que el paciente afectado comience a ver las líneas rectas como curvas u onduladas, tenga una visión borrosa o un escotoma central.
En general, estas enfermedades no presentan síntomas claros hasta que las mismas han provocado un daño evidente.
Las enfermedades de la mácula tienen que ver con una descomposición de la misma. Generalmente se produce en pacientes de edad, siendo la más común la distrofia de Sorsby.
Si ocurre entre el nacimiento y los 7 años de edad, se trata de la maculopatía viteliforme o enfermedad de Best. Entre los 5 y los 20 años puede aparecer la enfermedad de Stargardt, el fundus flavimaculatus o la distrofia macular juvenil.
Las enfermedades de la mácula pueden presentar una forma no exudativa o exudativa. Esta genera rupturas vasculares en el área macular, con la consiguiente salida de líquido y la formación de tejido fibroso. En algunos casos, las neoformaciones vasculares anormales son muy frágiles, se rompen y llevan a una hemorragia. El daño producido por la sangre, las exudaciones y el tejido fibroso generan un bloqueo de la visión, que en ciertas circunstancias puede perderse por completo sin que ello implique una ceguera.
El tratamiento preventivo está especialmente indicado en pacientes con edad avanzada, antecedentes familiares, ojos claros, hipertensión arterial, fumadores o expuestos excesivamente a los rayos ultravioletas sin protección específica.
Cuando la enfermedad ya se ha presentado, es posible reducir sus consecuencias a través de un tratamiento con láser oftálmico, para sellar las membranas exudativas o las neovascularizaciones.
También se mejora la visión estimulando el metabolismo a nivel macular o con la ayuda de aparatos visuales, telelupas y dispositivos lumínicos.